"No bebería eso si fuera tú".
Estoy sobre un bote en un río inclinándome para recoger un poco de su líquido turbio en una botella de agua.
Mi loco plan de beber agua del río que atraviesa la localidad comienza con un dato duro.
Unas 2.100 millones de personas en el planeta, según la Organización Mundial de la Salud, no tienen una fuente segura de agua para tomar. En consecuencia, cada año mueren más personas que beben agua contaminada que por cualquier forma de violencia.
Con el crecimiento de la población y el cambio climático, los problemas en torno al acceso al agua se agravan. Para 2025, la mitad de la población mundial vivirá donde la demanda de agua potable exceda a su suministro.
Comienzan a aparecer entonces respuestas: desde purificadores de agua que funcionan con heces hasta máquinas que filtran partículas con agua con gas.
Uno de ellos es el LifeStraw, que limpia el agua pasándola a través de un grupo de fibras largas y huecas encerradas en un tubo de plástico.
La lombriz de Guinea
La versión original funciona como un sorbete: sumerges un extremo en un poco de agua y luego succionas el otro.
Cualquier cosa más grande que dos micras, o una centésima parte del grosor de un cabello humano, quedará atrapada dentro antes de que llegue a tu boca.
Esto incluye el 99,9% de los parásitos y el 99,9999% de las bacterias, como las que causan el cólera, la disentería y la fiebre tifoidea.
Todo comenzó en 1996, cuando un empresario danés, Mikkel Frandsen, transformó el negocio de fabricación de uniformes de su abuelo para centrarse en mejorar las vidas de las personas en África.
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